El 27 de noviembre de 1952, el investigador Alberto Ruz Lhuiller había descendido al fondo de la cripta del templo; a la mañana siguiente aún continuaba sin descanso en sus trabajos cuando “me deslicé debajo de la lápida, levanté uno de los tapones, proyectando por otro la luz de una linterna eléctrica. A pocos centímetros de mí brotó a mí vista una calavera humana cubierta de piedras de jade”. Así, el eminente arqueólogo en su vida de entrega a desarrollar el conocimiento de hi...